¿Es la patología un castigo divino, una enfermedad del cuerpo, una anormalidad, un sistema político y económico, o una coerción de la libertad?
A lo largo de la historia, el ser humano ha intentado comprender y definir la salud mental. Es, sin duda, un concepto que genera debate y controversia. Este ensayo se aproxima a diferentes posturas que intentan construir un significado de salud mental.
En la antigüedad, se conceptualizaba a la salud y a la patología como dos marcos opuestos: la salud era un elemento natural y la patología era un elemento sobrenatural. Culturas primitivas, y posteriormente la comunidad cristiana en la Edad Media, consideraban a la enfermedad mental como un castigo divino, causada por fuerzas sobrenaturales que se ubicaban más allá del cuerpo y de la materia. Esta concepción limitó por muchos siglos el estudio científico de la medicina y generó una fuerte estigmatización a los enfermos mentales.
En cambio, los griegos y los árabes consideraban que la enfermedad mental no podía ser separada del cuerpo y le atribuían causas naturales. Esta construcción de salud mental fomentó el estudio científico de la medicina y dio a los enfermos mentales un lugar en la comunidad.
Así, se dio paso a la postura cartesiana de la patología mental, que la define como una enfermedad del cuerpo que afecta también a la razón. Se iniciaron estudios del cerebro, del sistema nervioso y de la relación entre el cuerpo y la mente, instaurando disciplinas como la neurología y la fisiología.
La psiquiatría actual comprende la salud mental en términos de normalidad y anormalidad. Se considera normal y sano a lo convencional, a lo común, a lo correcto, a los esperado. Un individuo sano es aquel que tiene la capacidad de realizar las tareas que se esperan de él. Utiliza manuales diagnósticos para definir la anormalidad y la enfermedad. El DSM-V y el CIE-10 se basan en una lista de criterios requeridos para cumplir cierto diagnóstico. Es un sistema de clasificación que busca simplificar la compleja realidad humana, pecando de reduccionista, y minimizando la unicidad de cada individuo.
Michel Foucault cuestiona esta postura y afirma que la psiquiatría “no sería un recuento de los esfuerzos para combatir la enfermedad mental sino la historia de la derrota de la libertad por el control y el predominio del poder sobre el conocimiento”.
En forma de reclamo surge otra corriente: la antipsiquiatría. Esta corriente postula que el discurso psiquiátrico es un discurso inquisidor, represor y de poder, contrario a la sociedad libre y democrática en el que fue creado. Es un discurso que cataloga como enfermo mental a quien no cumple con las normas y reglas postuladas por la sociedad en base a sus criterios de normalidad y anormalidad. Es un discurso que olvida que “es más importante saber qué clase de persona padece una enfermedad, que saber qué clase de enfermedad padece una persona” (Hipócrates).
Thomas Szasz, médico psiquiatra y psicoanalista que inició el movimiento antipsiquiátrico, niega la existencia de la enfermedad mental, y afirma que es un ‘mito’ que han inventado los profesionales de la psiquiatría alentados por una sociedad que así encuentra soluciones fáciles a los complejos problemas del ser humano, etiquetando como enfermos mentales a aquellos considerados como pestes sociales. Establece que la enfermedad mental es el mecanismo social que utiliza la psiquiatría para condenar la heterogeneidad humana y su singularidad, y afirma que los diagnósticos psiquiátricos son etiquetas estigmatizadoras aplicadas a personas cuyas conductas molestan u ofenden a la sociedad. Esta es la conspiración del silencio. Silenciar a los ‘locos’ porque son los ‘locos’ quienes cuestionan, quienes perturban, quienes acusan y quienes tratan de decir aquello que no se quiere oír.
Néstor Braunstein, psicoanalista argentino, concuerda con Szasz y establece que las categorías diagnósticas, más que ser científicas, son modelos morales, económicos y políticos. Afirma que el diagnóstico estigmatiza al paciente y determina arbitrariamente su identidad, convirtiéndolo en alguien que no es realmente; además de que viola sus derechos humanos, aislándole y encerrándole en instituciones en contra de su voluntad por tiempo indefinido.
El psicoanalista establece que la psiquiatría no se aproxima humanamente al sufrimiento humano y que lo etiqueta, reduciendo y estigmatizando al paciente. Critica los manuales diagnósticos alegando que son construidos por las industrias farmacéuticas con una connotación económica y no científica, y establece que buscan ‘arreglar’ a quienes son ‘anormales’. En sus palabras, “la psiquiatría se ha burocratizado y el saber médico se abstiene de entender el dolor. El DSM-V se desentiende de la cuestión de las causas del malestar subjetivo y se limita a ‘contar’ los ‘síntomas’ para llegar al diagnóstico del ‘trastorno’”.
Críticos de la psiquiatría establecen que la salud mental es uno de los más grandes negocios en el mundo, el cual necesita de la complicidad de varios actores: las farmacéuticas que fabrican medicinas, los doctores que las recetan, pacientes que las solicitan, investigadores que crean nuevos trastornos mentales, y medios de comunicación que promueven su consumo. Es interesante rescatar que a mediados del siglo XIX se enumeraban apenas seis trastornos mentales y en la actualidad se describen cerca de doscientos, y este número sigue en aumento. En palabras de Braunstein, “se promueve la enfermedad para promover el remedio”.
La salud y la enfermedad mental son conceptos que han cambiado a lo largo de la historia de la civilización humana. Desde ser atribuidas a fuerzas divinas hasta ser concebidas como enfermedades corporales, las enfermedades mentales han generado y continúan generando controversia. La psiquiatría primitiva se enfocaba en dar a los enfermos mentales un lugar digno en la sociedad, reducir su estigmatización y promover el conocimiento científico para mejorar su calidad de vida. Sin embargo, la psiquiatría actual opera en base a aquello que sus fundadores rehusaban: etiquetar a los enfermos y ubicarlos dentro de categorías que generan rechazo social, que los institucionalizan y que los aíslan.
Bibliografía
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